Thomas Malthus y la explosión demográfica
( Publicado en Revista Creces, Octubre 1990 )

Este artículo que inaugura la sección FORO, es la respuesta a "El Neomalthusianismo, una nueva mirada a un antiguo dilema", también en internet y firmado por el Dr. Fernando Mönckeberg.

Cuando el Reverendo Thomas Malthus publicó su famoso ensayo sobre el crecimiento de las poblaciones en el que sostiene que las poblaciones humanas crecen en proporción geométrica en tanto que los alimentos lo hacen en proporción aritmética, y predijo que debía producirse forzosamente un desequilibrio entre producción y consumidores, y que este desequilibrio debía aumentar la miseria y con ello la violencia, tuvo una intuición genial.

En el mundo en el que él vivía la Revolución Industrial estaba en su cuna, las poblaciones humanas eran dominantemente rurales, las ciudades muy pequeñas, las estadísticas vitales deficientes -cuando no totalmente inexistentes- e igualmente eran las estadísticas de producción de alimentos y otros bienes de consumo. A todo ello debe agregarse que le número de nacidos al finalizar la vida fértil de la mujer era muy superior al actual ya que la mortalidad en los primeros años de vida, especialmente en el primero, hacía que fueran pocos los que alcanzaban vivos la edad reproductiva. Si bien es cierto que la población humana aumentaba también lo es que las muertes precoces eran un freno a la velocidad de su aumento.

La producción en su época usaba como fuente energética el músculo humano y el de los animales de labranza y la energía del transporte de los alimentos no perecibles provenía de fuerzas naturales y no era, por tanto, contaminante. Si algo amenazaba a la salud humana ciertamente no era el aire ni las impurezas químicas que pudieran contener las aguas. Las muertes precoces tenían por causa fundamental las infecciones endémicas más propias de las ciudades que de esa mayoría de poblaciones rurales, así como los frecuentes brotes de epidemias cuyo origen se atribuía a un "miasma" inexistente que la medicina, entonces empírica e ineficaz, ignoraba cómo prevenir; menos aun sabia cómo detenerlas cuando aparecían y afectaban a la población rural en menor grado, gracias a su escasa densidad, disminuyendo los efectos letales de dichos fenómenos.

En cuanto a la catástrofe que Malthus pronosticaba de no producirse un equilibrio entre el tamaño de la población consumidora y los bienes de consumo que debían mantenerla, él no podía visualizar como podía aumentar la producción; pensaba entonces en controlar el crecimiento de la especie humana, y para ello, como sacerdote que era, propiciaba la abstinencia sexual y el matrimonio tardío, medidas que en el curso de la historia han probado su ineficacia aun en poblaciones de alto nivel cultural.

El curso de los 200 años que han seguido a Malthus se ha caracterizado por el progresivo aumento de la producción de alimentos, así como de progresos en su conservación. Mejor manejo de la tierra de cultivo y mecanización de la faena agrícola, sumados a progresos en el conocimiento de la genética que han permitido selección de semillas, constante progrese en el manejo de la ganadería junto al aprovechamiento masivo de productos del mar, son situaciones que nunca pudo antes soñarse. La creciente Revolución Industrial ha permitido igualmente un aumento progresivo de los bienes de consumo y ha llegado incluso a fabricar productos inexistentes en la naturaleza, habiéndose así logrado periodos de sobreproducción. Sin embargo, todo ese enorme progrese ha tenido un alto precio. El ingenio del hombre inventó máquinas productoras que cambiaron totalmente el mundo en que Malthus viviera. Al mecanizarse la agricultura, el labrador vio disminuir su fuente de trabajo y migró a las ciudades, donde encontró la fábrica y donde el trabajo debió transformarse en la rutina de la producción en serie que caracteriza a la industria moderna.

Hoy la población del mundo es predominantemente urbana. La industria absorbió por un tiempo las fuentes de trabajo que requería la población rural que la maquinaria agrícola desplazaba, pero ello no duró largo tiempo. Desde la primera máquina que el hombre inventara hasta hoy, no se ha interrumpido el perfeccionamiento de cada una de ellas y cada progrese logrado ha permitido mayor eficiencia, mayor producción y menor participación del hombre en el trabajo. Fábricas que empleaban a miles de personas producen hoy más bienes con porcentajes decrecientes de obreros. Hoy la robotización, de use reciente y en continuo progrese amenaza aun más la capacidad de empleo, al mismo tiempo que aumenta la producción de bienes.

A diferencia del siglo XVIII, la energía que mueve la enorme maquinaria de hoy ya no proviene del músculo sino del carbón y del petróleo, recursos no renovables que se acumularon durante millones de años y que se gastan hoy en cortos periodos, si se considera lo que demoraron en acumularse. De la investigación científica dependerá el progreso que puede obtenerse en el reemplazo de estos recursos, que distan mucho de ser inagotables. Un nuevo recurso, la energía nuclear, también tiene limitaciones y hasta ahora pareciera que el aprovechamiento de la energía solar, de los vientos o de las mareas tiene su limitación en el espíritu de lucro del ser humano Siendo menos costosa la energía que proviene de los fósiles, no parece invertirse lo que se debiera en buscar fuentes naturales no contaminantes, a pesar de la evidencia actual del daño que está produciendo su use sobre nuestra atmósfera y el temor del efecto invernadero, que bien podría tener trágicas consecuencias sobre la vida en nuestro planeta en el curse del próximo siglo.

En forma paralela al asombroso progreso de la Revolución Industrial se ha ido produciendo un no menos asombroso progreso de la medicina. El saneamiento ambiental en el curso del siglo XIX permitió a las ciudades disponer de aguas que no fueran transmisoras de infecciones entéricas, y el hombre aprendió a alejar sus excretas, disminuyendo así el peligro de las diarreas infantiles, el cólera, la tifoidea y muchas otras enfermedades que fueran causa de muerte precoz. Al finalizar el siglo XIX nació la era bacteriológica, y el hombre conoció la causa de la enfermedad infecciosa y aprendió a prevenirla. La inmunización hizo posible prevenir muchas infecciones bacterianas e, incluso, virales. En la primera mitad del siglo XX las sulfadrogas, y luego los antibióticos, hicieron posible la curación de aquellas infecciones que traspasaban las barreras preventivas, y la mayor causa de muerte, la infección, se batió en retirada. Gracias a ello la mortalidad general descendió de manera drástica y la especie humana comenzó a crecer con una velocidad nunca antes observada en la historia, y se desencadenó la Explosión Demográfica. En la época de Malthus, el total de la especie humana no sobrepasaba los 800 millones de habitantes; al iniciarse el siglo XX se estima que se había llegado a 2.000 millones, y hoy, en 1990, se estima que habitamos el planeta 5.300 millones de seres humanos que aumentan anualmente en un dos por ciento, haciendo posible que se duplique la población mundial en plazos tan breves como cuarenta años.

La razón humana nos lleva fácilmente a comprender que ninguna especie puede aumentar al infinito en el espacio limitado de nuestro planeta, y la medicina, que en el siglo XIX no tuvo otra preocupación que disminuir las muertes, ha comenzado en el siglo XX su preocupación por encontrar mecanismos que disminuyan la natalidad y logren frenar la velocidad de crecimiento de las poblaciones. En los Ultimos 50 años se han desarrollado dos líneas de trabajo que a comienzos del siglo la medicina no intentaba ni siquiera investigar. Una de estas líneas es la búsqueda de metódicas anticonceptivas que impidan el embarazo que la mujer no desea; la otra es la antigestación, vale decir la interrupción de un embarazo ya producido.

Sin duda, la antigestación fue una preocupación primera. La evidencia de que existían enfermedades preexistentes que se agravaban en el curso del embarazo, llevando a la mujer a la muerte, así como enfermedades que el propio embarazo producía con similares fatales consecuencias, llevó a la medicina al aborto terapéutico cuando la vida de la madre estaba en peligro, y aun cuando su continuación amenazaba seriamente la salud física o mental de la paciente. Tal conducta ha sido aceptada por la inmensa mayoría de las legislaciones del mundo, y al finalizar la Segunda Guerra Mundial, y de manera creciente, las legislaciones de prácticamente todo el mundo desarrollado y algunas de los países en vías de desarrollo tienen leyes más y más permisivas a la interrupción del embarazo en el curso de los primeros tres meses de gestación (en Europa es ilegal sólo en Irlanda; en China, empleando vías indirectas, es en la práctica obligatorio).

Las técnicas que la medicina emplea para interrumpir un embarazo se han perfeccionado considerablemente. La antigua técnica do raspado de la cavidad uterina se está hoy reemplazando cada vez más por el método de succión, y aun el nuevo descubrimiento del RU 486 permite el aborto precoz sin recurrir a la cirugía.

Siendo el aborto una técnica que todos desearíamos evitar, la línea de trabajo más promisoria es la de la anticoncepción. Hoy se dispone de métodos de barrera que impiden la unión del óvulo y el espermatozoide, hay productos químicos que destruyen el espermatozoide antes de que logre alcanzar el óvulo, se dispone de dispositivos intrauterinos de alta eficacia preventiva que son empleados por millones de mujeres, y se dispone también de productos hormonales que al evitar la ovulación hacen imposible el embarazo. A todos estos métodos que la medicina ha descubierto se agrega el uso de la abstinencia periódica durante el período de la ovulación, que,` comúnmente se llama método natural y que requiere la cooperación de la pareja, y que la Iglesia Católica acepta. No es ésta la oportunidad de discutir las ventajas y desventajas de cada uno de estos métodos; sólo cabe señalar que el mundo científico tiene gran preocupación por el perfeccionamiento de lo que ya existe así como por encontrar métodos nuevos que sean aun de mayor aceptabilidad.

Se ha esbozado aquí de manera somera los dos grandes cambios ocurridos durante los casi 200 años que nos separan de Malthus: la Revolución Industrial y la Explosión, Demográfica. Mientras la Revolución Industrial se ha concentrado solamente en algunos países de la tierra que hoy llamamos desarrollados, el resto de la especie humana vive en países que proporcionan las materias primas de la industria, y a los que, según sus niveles de pobreza, se acostumbra a clasificar como aquellos en vías de desarrollo, cuando tienen industria liviana, y subdesarrollados cuando predomina la pobreza extrema.

La Explosión Demográfica, a la que la medicina contribuyera de manera eficaz al disminuir las muertes, se hizo en cambio general en todo el mundo. Aun a las regiones más pobres de la tierra llegaron las inmunizaciones preventivas y los antibióticos, y en las zonas tropicales los antimosquitos que permitieron disminuir la mortalidad por fiebres palúdicas, causa mayor de muertes en esas regiones; pero no en todas las zonas pobres donde ha disminuido la mortalidad ha llegado la anticoncepción que el mundo industrializado usa de manera masiva, incluyendo aun la antigestación.

Sabemos hoy que no es fatal que la población humana tenga que crecer en proporción geométrica; ella aumenta según cuál sea el número de nacidos y el número de muertos en el curso de un año. De tal diferencia deriva el porcentaje de aumento que una población determinada tenga, y ese porcentaje permite estimar el número de años que esa población demorará en duplicarse. Hoy el mundo desarrollado aumenta anualmente su población en un porcentaje promedio de sólo 0,5 por ciento, y en muchos de esos países se está alcanzando el crecimiento cero. Si en todo ese mundo el actual porcentaje estimado de crecimiento anual no variara, su población actual demoraría 150 años en duplicarse.

En los países clasificables hoy como en vías de desarrollo el porcentaje de crecimiento anual se estima en un promedio de un 2,1 por ciento y, de no variar, su población se duplicaría en el corto plazo de 33 años. En la población del mundo subdesarrollado, donde la anticoncepción ha llegado menos, el porcentaje de crecimiento anual se estima en promedio en 2,4 por ciento y, de no variarse duplicaría en sólo 29 años. Los que tienen más ven aumentar su población lentamente y algunos han logrado detener su crecimiento; los que tienen menos están amenazados de duplicar su población en plazos breves. El mecanismo ha sido distinto al que Malthus describiera, pero el desequilibrio que él predijera existe. La actual población de 5.300 millones podría llegar a ser de 10.600 millones en sólo 40 años más.

La actual producción de alimentos puede sin duda duplicarse, y hay quienes piensan que el mundo podría producir para alimentar una población aun mayor, pero no todos los lugares de la tierra son igualmente productivos, lo que obliga a transportar alimentos a grandes distancias; ello exige consumo de energía, que es precisamente la que tiende a hacerse cada vez más difícil de obtener. La potencialidad para producir más alimentos existe ya pesar de ello se estima hoy que más de un 40 por ciento de la población humana consume menos alimentos de los que requiere para subsistir. Debe considerarse además que cualquiera sea el grado de desarrollo alcanzado y cualquiera sea el régimen político existente (Capitalista, Marxista o Mixto), el alimento que el hombre consume tiene que ser comprado, y sólo son capaces de comprarlo quienes tienen trabajo remunerado. En un mundo en que la eficiencia de la maquinaria productora tiende cada vez más a eliminar al hombre del trabajo, el temor al hambre y la amenaza a la paz que Malthus visualizara persisten, no porque los alimentos crezcan en proporción aritmética, pues bien se sabe que ello puede aumentarse, sino que persisten porque el hombre del mundo de hoy se aleja cada vez más de los mecanismos naturales que gobiernan el crecimiento de las especies vivas.

Pudo Malthus estar equivocado en los mecanismos que llevarían a temer la amenaza del hambre, pero no se equivocó en absoluto en señalar 200 años atrás que tal amenaza era real y que la variable que era posible modificar era la velocidad de crecimiento de la especie humana. En ese consiste su genio.

Sabemos que la industria contamina nuestro ambiente y también sabemos que es imposible volver atrás. Nadie, tampoco, podría pensar en frenar el crecimiento de la población humana aumentando las muertes; si ello ocurre será debido al aumento de la violencia que el hambre genera. Sólo podemos recurrir al control de los nacimientos, mecanismo que todos esperamos que logre el subdesarrollo en la misma forma en que lo ha logrado ese mundo desarrollado que hoy ha convertido la maternidad en un procese consciente y deseado por la pareja humana, y no el resultado de un instinto en el que la víctima serán la mujer y el niño. Eso era lo que Malthus pedía, abstinencia y matrimonio tardío, pues en esa época no se podía pensar en el avance médico logrado en la anticoncepción y aún la antigestación voluntaria.

Al visitar China hace ya doce años y contemplar esa antigestación obligatoria, la criticamos; la respuesta fue "será cruel, pero es preferible a contemplar a un chino que muera de hambre". Tengamos la esperanza de que ello sea pronto comprendido por el resto del mundo, y que la educación y los servicios que el avance médico pueda prestar no sean frenados por leyes que pueden haber sido apropiadas para sociedades diferentes de la actual, y las poblaciones puedan controlar su fecundidad en forma voluntaria antes que la amenaza del hambre imponga la obligatoriedad.



Dr. Benjamín Viel

Academia de Medicina



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